Por qué el Erasmus es mejor que el año en el extranjero (según yo)
Lo sé: decir que el Erasmus es mejor que el año en el extranjero puede sonar a herejía para quienes sueñan desde hace años con el típico “year abroad” de película americana.
Pero déjame explicarlo — porque yo hice ambos.
A los 17 pasé diez meses en Texas, en un pueblito cerca de Santa Fe (sí, literalmente en medio de la nada). A los 20 y 21 hice dos Erasmus: uno en España (Almería) y otro en Alemania (Regensburg).
Y después de vivir todo eso, puedo decirlo con tranquilidad: Erasmus para siempre.
¿Qué es realmente el año en el extranjero?
Es esa experiencia que haces en el instituto, cuando decides dejar atrás amigos, escuela y padres para vivir diez meses en otro país, hospedado por una familia que (con suerte) te acoge como a uno más.
En teoría es una experiencia de “crecimiento personal” y “intercambio cultural”. En la práctica, es un salto al vacío a los 17: nueva escuela, nuevos amigos, nueva vida.
¿Y el Erasmus?
Es el siguiente nivel: lo haces ya en la universidad, con un mínimo de sentido común (se supone).
Te mudas por unos meses a otro país, estudias en una universidad local, vives en residencia o piso compartido con estudiantes de todo el mundo y descubres lo que significa ser libre pero también responsable.
Spoiler: significa entender cómo funciona una lavadora alemana, sobrevivir con 300 euros al mes y aprender a cocinar algo que no sea pasta con atún.
El año en el extranjero: pros y contras
Pros:
- Mejoras muchísimo tu inglés (sobre todo si acabas en Estados Unidos).
- Estás completamente inmerso en la cultura local.
- Conoces a gente del lugar, no a otros italianos huyendo.
- A esa edad te abre la mente: aprendes a apañártelas solo, aunque acabes de aprender a hacer café con la moka.
- No tienes grandes responsabilidades económicas — al fin y al cabo, sigues siendo “invitado”.
Contras:
- Cuesta una locura. Estamos hablando de hasta 15.000 euros, a menudo gestionados por agencias privadas que sacan provecho del asunto.
- La familia anfitriona es una lotería: puedes encontrar una madre maravillosa o una que te trate como a un inquilino molesto.
- Hay muchísimas reglas: horarios, comportamiento, límites.
- Sueles acabar en pueblos diminutos, donde la única atracción es el Walmart.
- El nivel escolar (al menos en mi caso, en Texas) era… digamos “relajado”: nada de exámenes, gente viendo Netflix en clase.
- Volver a Italia y recuperar el año perdido es una pesadilla: doble estrés, doble café.
El Erasmus: pros y (pocos) contras
Pros:
- Eres mayor de edad, libre y autónomo: puedes decidir todo (excepto cuándo llega la factura de la luz).
- Está financiado por la Unión Europea: tal vez la beca no cubre todo, pero al menos no te arruinas.
- Vives con personas de todas partes del mundo. Yo conocí gente de Nepal, de Guadalupe, incluso de Hawái.
- Aprendes realmente a manejarte: alquiler, compras, universidad, lavandería… en fin, la vida.
- Los exámenes suelen ser más accesibles que en Italia.
- Te forma como persona, te abre la mente, te enseña más soft skills que cualquier curso de “public speaking”.
Contras:
- No es para todo el mundo: hace falta un mínimo de capacidad de adaptación.
- A veces la soledad o la nostalgia se hacen sentir. Pero al final, justo ahí, aprendes a arreglártelas de verdad.
Entonces, ¿por qué gana el Erasmus?
Porque es una experiencia que eliges tú, no algo que te imponen o te “organizan”.
Porque la vives como adulto, con consciencia.
Porque no es solo un viaje, sino un capítulo de tu crecimiento personal.
Y sobre todo, porque te hace entender que “hogar” no es un lugar fijo, sino el conjunto de todas las personas, lenguas y experiencias que llevas contigo.
En resumen, el año en el extranjero te hace soñar.
El Erasmus te despierta — pero de la mejor manera posible.
Pequeño disclaimer
Obviamente, todo lo que cuento aquí se basa en mi experiencia personal, en cómo yo la viví. No se puede generalizar: los países, las personas y los costos pueden variar muchísimo.
Lo importante es que cada experiencia nos haga crecer y nos deje algo. Incluso las más duras enseñan — a veces, las mejores lecciones.

